Se atribuye a Henry Ford la frase de que “cualquier americano podrá tener un Ford, con tal de que sea negro” (el coche, se entiende). Cuando la cuestión empieza a ser conseguir “colocar” nuestro coche en lugar del de la competencia, ser capaz de ofrecer una amplia gama de colores, puede resultar un factor decisivo en la batalla por el cliente. Ese es el “talón de Aquiles” de las estructuras funcionales: la inflexibilidad, la dificultad de adaptarse a los cambios sin merma de su virtud, cual es la eficiencia de la cadena.
Cuando el énfasis pasa de la producción al mercado es el momento de las estructuras divisionales
La divisionalización, sobre todo cuando es por mercados -por ejemplo, geográficos: división Europa, división América o división Asia-, tratan de proporcionar una adaptación del producto estándar a los gustos o preferencias de cada segmento de clientes.
Siguiendo con los ejemplos de automóviles, los fabricantes saben bien que no son las mismas opciones -incluso versiones- las que hay que incorporar a un mismo modelo según que se pretenda vender en Galicia o Andalucía, por ejemplo. No digamos nada si el modelo se dirige al mercado latino o del norte de Europa y no me refiero únicamente a las opciones que tienen que ver con la climatología.
Las estructuras divisionales, desde el punto de vista de entorno que estamos siguiendo, muestran su idoneidad en situaciones donde imperan las condiciones del mercado y el énfasis pasa de la producción a la comercialización. Representan una evolución de la configuración estructural, en correspondencia a la evolución del entorno social en el que opera la organización.
Sin embargo aún nos queda otro paso. Aquel en el que de la adaptación “grosso modo” se pasa al “ajuste fino”, esto es, a la personalización. Es el caso que vivimos ahora, una vez que hemos alcanzado el estadio de lo que Naisbitt llamó la Sociedad de la Comunicación y de la Información. Lo vemos en el artículo Las nuevas estructuras.
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