Tendemos a asociar la innovación con productos y tecnología y, efectivamente, ese es uno de los campos en el que las nuevas soluciones saltan más a la vista. Pero la innovación va mucho más allá.
Se puede innovar en procesos y operaciones, en modelos de negocio y hasta en estrategia. De hecho, la primera empresa española que apareció en el ranking de las 50 más innovadoras del mundo elaborado por BCG/Businessweek, fue Inditex. Y no por su tecnología –que también- sino por su capacidad para cambiar con notable éxito la manera de diseñar, fabricar, distribuir y vender en un sector tan maduro como el del textil y de la moda. Entonces, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de innovación?
Quizás sea más fácil empezar diciendo qué no es innovar: no es necesariamente hallar algo nuevo, algo que no ha existido nunca antes. Eso es descubrir o inventar y, aunque también son procesos que dan como resultado algo desconocido hasta la fecha -de hecho, también se la denomina innovación radical o disruptiva-, no responde al concepto de innovación tal y como lo entendemos actualmente. Tampoco es hacer investigación pura, proceso que transforma dinero en conocimiento sin que todavía sepamos para qué podrá servir hasta que se desarrolle.
Innovar es dar respuesta a un problema u oportunidad con elementos que, articulados de forma diferente, aportan más y/o cuestan menos
Innovar es dar respuesta a un problema u oportunidad con elementos que ya existen y que, articulados de forma diferente, aportan algo con más valor para el cliente (externo o interno) y cuesta menos. De forma inversa al caso de la investigación pura, la innovación es un proceso que transforma conocimiento en dinero.
Visto así se comprende mejor que la innovación no está limitada a productos y servicios sino que es extrapolable a cualquier ámbito en el que, en base a la experiencia y los conocimientos acumulados en la organización, logremos dar más por el mismo precio o lo mismo, pero mucho más barato. Idealmente, innovar es encontrar la manera de servir a nuestro cliente algo que le satisfaga más y a un coste inferior.
La segunda forma de definir la innovación, como proceso que logra transformar conocimiento en dinero y que denominamos incremental, nos pone en la pista de dónde están sus fuentes: en las personas que, en base a su experiencia, pueden aportar ideas para atender una demanda del mercado, crear una nueva o resolver de forma más eficiente problemas a los que venimos dando soluciones más caras o complejas.
Y para hacerlo ¿quién mejor que aquellos que están más cerca de el problema?, aquellos que viven día a día la forma de hacer de la empresa y que disponen del know how y del espíritu crítico para estar permanentemente buscando una alternativa mejor. La innovación es, por tanto, un esfuerzo que implica a todas las personas de la organización.
De igual forma que hace 30 años se institucionalizó la cultura de la calidad total, hoy las empresas promueven la cultura de la innovación en todos los niveles de la compañía
La innovación no es algo desconocido para las empresas. Desde siempre se ha innovado, si bien ha venido siendo una actividad restringida a departamentos especializados –I+D o desarrollo de producto– y que dejaba fuera al resto de la organización. También es verdad que se ha hecho a impulsos, bien porque apretaba la necesidad o cuando se daban un conjunto de circunstancias favorables.
Actualmente las empresas han descubierto el valor la innovación en todas sus áreas y, de igual forma que hace 30 años se descubrió el potencial de la calidad extendida al conjunto de la organización y se institucionalizó la cultura de calidad total, hoy las empresas tratan de institucionalizar los procesos para innovar, promoviendo su cultura a todos los niveles de la compañía.
No en vano empieza a ser frecuente encontrar la innovación en la lista de competencias generales de muchas empresas, tal y como se requiere la capacidad de trabajar en equipo o estar orientado al cliente para todas las personas que trabajan en ellas.
Vemos pues que hay dos vías para implantar la innovación en las empresas: una, a través de la puesta en marcha de sistemas de gestión de la I+D+i para la recogida y selección de ideas que puedan dar lugar a futuros proyectos de innovación y, dos, mediante los programas de desarrollo de la competencia promovidos por los departamentos de RR.HH. que aportan a la plantilla las capacidades creativas necesarias para generar ideas innovadoras.
Ambas vías confluyen y se complementan, pues de nada sirve disponer de un sistema de gestión de la innovación si no se favorece la generación de ideas que lo alimenten, ni sería útil fomentar la aparición de ideas innovadoras sin un sistema que permita gestionarlas adecuadamente.
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