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  • Foto del escritorJosé María Zamoro

Liderazgo y descarrilamiento

Actualizado: 17 ene 2021


Hace años que oí hablar por primera vez de la teoría del descarrilamiento. Con este título se quiere dar nombre al fenómeno por el cual brillantes carreras profesionales se ven súbitamente interrumpidas, a semejanza de lo que ocurre con el viaje de un tren cuando se sale de la vía. Toda una trayectoria profesional, incluso meteórica, en el seno de una organización o sector que de repente y sin previo aviso se trunca y se viene abajo.


Pese al dramatismo de la escena, el símil resulta apropiado por cuanto refleja las desoladoras consecuencias del accidente: amasijo de hierros, heridos, desorientación de los supervivientes … Y tanto más cuanto a mayor velocidad viajase el convoy antes del siniestro.


Asumiendo que el profesional es el propio tren y su ejecutoria laboral la vía por la que circula, el panorama no difiere mucho de la sensación de pesadilla que embarga a la persona que ve frustrado su -hasta ayer- exitoso historial. Los recuerdos de vivencias, de los colaboradores y compañeros con los que se compartía el viaje … Todo ello en medio de ese halo de confusión que envuelve a los afectados por una catástrofe.

Causas frecuentes de descarrilamiento son la disconformidad con la estrategia de la empresa o la vinculación con otros directivos considerados reacios

En su paralelismo con el accidente ferroviario, al que lógicamente sigue la investigación de las causas que lo han provocado, la teoría se adentra en las razones que suelen ser origen de su equivalente profesional, señalando como causas frecuentes del descarrilamiento de un directivo su manifiesta disconformidad con la estrategia de la empresa o su excesiva vinculación con otros directivos considerados reacios.


Y del mismo modo que los resultados de la investigación dan paso a la elaboración de protocolos que tratan de evitar que el hecho se repita, la teoría concluye con una serie de recomendaciones para minimizar el riesgo de sufrir una quiebra repentina en el devenir profesional.


Sin desmerecer lo apasionante de la teoría en su vertiente de tropiezo en el curriculum de un trabajador, la referencia al descarrilamiento también aplica al caso del fin de la carrera de muchos directivos que, frisando la cincuentena y tras décadas de ascenso, ven interrumpida su continuidad en el entorno en el que la han venido desarrollando e incluso en el mercado de trabajo. El suyo es también un descarrilamiento en toda regla, tanto por lo inesperado del suceso, como por lo que supone de ruptura en una vida laboral a la que aún le faltan muchos años para llegar a la jubilación.


El desasosiego en estos casos es quizás mayor porque, tras superar la incredulidad de verse implicado en el siniestro, con el tiempo se va afianzando la idea de que no hay posibilidad de rescate. Parece que a ciertas edades, más que de descarrilamientos, habría que hablar de naufragios o accidentes de avión en medio de la selva amazónica.


Hace unos meses, en la reunión conmemorativa del vigésimo aniversario de mi promoción del IESE, un integrante del grupo, en la actualidad profesor de los programas MBA, nos relataba los cambios que se habían producido desde que nosotros pasamos por sus aulas. En un momento de la charla, uno de los asistentes preguntó cómo eran los alumnos actuales de los Executive MBA. Tras señalar que no percibía grandes diferencias con los antiguos, el profesor destacó sus grandes ambiciones profesionales y la convicción -por otra parte frecuente en los alumnos de todos los programas Master- de que ellos se comerán el mundo.


Muchos de los presentes acogimos el comentario con una sonrisa paternal, como diciendo: qué ingenuos, piensan que triunfarán eternamente. Nuestra sonrisa era reflejo de la experiencia, del veterano que hace más de veinte años tuvo esa misma sensación, pero al que el tiempo le ha enseñado lo iluso del planteamiento. Sin embargo, no creo que sea cuestión de edad. Nosotros no sólo pensábamos así cuando ocupábamos aquellas aulas, sino que lo hemos seguido pensando hasta tiempos muy recientes. Quien todavía no ha descarrilado está seguro de que a él nunca le ocurrirá. Tratándose de un accidente, aplica la creencia general de que esas cosas sólo les pasan a los demás.

Probablemente haya que cambiar de línea, de tipo de tracción y hasta de ancho de vía

Como la teoría del descarrilamiento se orienta a evitarlo, tampoco da pistas sobre cómo actuar después del siniestro. No obstante, la recomendación parece sencilla en el caso de un tropiezo prematuro: gajes del oficio, ¡a levantarse y volver a empezar! La experiencia incrementará nuestros conocimientos y no han de faltar oportunidades de aplicar lo aprendido. La cuestión se hace un poco más peliaguda en situaciones de mayor edad y más aún en la coyuntura económica actual, por cuanto lo que está en entredicho es la posibilidad de gozar de una nueva oportunidad.


Volviendo a los paralelismos, la imagen del Robinson Crusoe o de su equivalente amazónico tras el accidente aéreo también puede servirnos de ayuda. Tomar conciencia de la situación y asumirla como habitual en los tiempos que corren es un primer paso para no desesperarse. Después será cuestión de descubrir fórmulas para sacarle partido a nuestro bagaje de habilidades y experiencia. Probablemente haya que cambiar de línea, de tipo de tracción y hasta de ancho de vía, pero habrá que encontrar la manera de seguir circulando con un tren al que aún le quedan por rodar muchos miles de kilómetros hasta su retirada del servicio.


Es la lección que habíamos aprendido todos los que sonreíamos paternalmente cuando escuchamos el comentario del profesor y conocíamos, quizás por haberla sufrido en carne propia, la teoría del descarrilamiento.

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