El futuro de las pensiones ha reavivado el debate sobre si la incorporación de robots a nuevos campos de la actividad industrial y de servicios supondrá una disminución de puestos de trabajo. Las técnicas de big data y el desarrollo de la inteligencia artificial propician que las máquinas lleguen a invadir tareas que parecían reservadas a los humanos y, la amenaza de verse sustituidos por robots, acecha a perfiles que hasta ahora podían considerarse a salvo.
Al igual que ocurrió con la industrialización de finales del siglo XIX y principios del XX, los analistas se dividen entre los que piensan que esta pérdida se compensará con la aparición de nuevas profesiones y los que opinan que el balance será ciertamente negativo, lo que dificultará aún más la financiación de la Seguridad Social. Sea en un sentido u otro los dos grupos coinciden en que, en un futuro más bien cercano, los robots llegarán a suplir a las personas también en puestos muy alejados de las cadenas de producción.
El término mano de obra tuvo su origen en la primera revolución industrial y se mantiene como sinónimo de trabajadores
En otros artículos de este blog hemos hecho referencia a John Naisbitt y su estudio macrotendencias, en el que señalaba que el tránsito de la sociedad agraria a la industrial conllevó la sustitución de la fuerza física -bien del hombre o de los animales de labor- por energía obtenida de combustibles fósiles, fuese el carbón de las primitivas máquinas de vapor o los derivados del petróleo que utilizan los motores de combustión interna.
Pese a la indeseable consecuencia de la pérdida de puestos de trabajo que este cambio provocó en su momento, el resultado fue para bien pues liberó a las personas -y animales- de realizar esfuerzos físicos a menudo penosos, derivándolas a otras labores con mayor componente intelectual.
La más reciente revolución informática también ha supuesto una descarga de tareas intelectuales -particularmente las repetitivas o de cálculo-, lo que cabe calificar de bueno dado lo tedioso de muchas de ellas. Pero los avances en el campo de la inteligencia artificial auguran un paso más. No es que estemos a las puertas de producir máquinas con las mismas capacidades que los humanos -al menos de momento-, pero sí capaces de aprender de nosotros y realizar funciones aparentemente reservadas a las personas.
La expresión mano de obra tuvo su origen en los tiempos de la primera revolución industrial y se ha mantenido desde entonces como sinónimo del conjunto de trabajadores. Sin embargo, su etimología ha ido perdiendo lógica a medida que las máquinas han venido reemplazando la actividad física del personal. El nuevo rol de los trabajadores, junto con la aplicación de las teorías sobre motivación, ha sugerido a algunos autores la conveniencia de cambiar el término mano de obra por el de corazón de obra, destacando así la importancia del aspecto emocional de los empleados en la mejora de su desempeño.
En su predicción sobre la evolución del factor producto en el paso de la sociedad industrial a la de la comunicación Naisbitt vaticinó que, de igual manera que en la sociedad agraria el producto estratégico eran los alimentos y en la sociedad industrial los bienes de equipo, el producto perseguido en la sociedad de la información serían las ideas. De hecho, predijo que el paradigma de la sociedad de la comunicación y de la información sería la energía mental. Quiere decirse que el elemento diferencial que mantendrá alejado nuestro puesto de trabajo de las amenazantes garras de un robot es nuestra capacidad para producir ideas.
El nuevo paradigma en la sociedad de la información y de la comunicación es la energía mental
Por esta razón, el término más adecuado para referirse a los trabajadores que no quieran verse sustituidos por máquinas en un futuro más o menos próximo será el de cerebros de obra; gente con capacidad de generar ideas que mejoren la productividad de la empresa. El calificativo de obra tiene especial relevancia porque indica que no sólo afecta a puestos de dirección o labores staff en la compañía, sino a cualquier miembro de la organización con capacidad de introducir mejoras en alguna de las fases del proceso que da lugar al producto o servicio ofrecido a los clientes.
En el artículo ¿Qué es (y qué no es) innovación? de este mismo blog justificábamos que innovar es un esfuerzo que implica a todas las personas de la organización pues son ellas quienes, en base a su experiencia, pueden aportar ideas para resolver de forma más eficiente problemas a los que venimos dando soluciones más caras o complejas, atender una demanda del mercado o crear una nueva. Y para ello ¿quién mejor que aquellos que viven el día a día la forma de hacer de la empresa, que disponen del conocimiento y del espíritu crítico necesario para estar permanentemente buscando una alternativa mejor?
La innovación es una tarea que afecta a todos los puestos y que, gracias a la capacidad -hoy por hoy única- de las personas para generar ideas, puede salvarlos del envite de las máquinas. Se trata de que, independientemente del trabajo que desempeñemos, acudamos a él “con el cerebro puesto” de manera que hagamos necesario cambiar el anticuado término mano de obra por el más apropiado cerebros de obra.
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